La astrología en general tiene arraigados la mayoría de sus fundamentos en los escritos de Claudio Ptolomeo en su libro, el Tetrabiblos (en griego, "Cuatro Libros") obra fundacional que sistematizó y consolidó los principios de la astrología occidental tal como se practica hoy en día, especialmente en su enfoque tropical. Escrito en el siglo II d.C. en Alejandría, este tratado no inventó la astrología, pero organizó los conocimientos astrológicos previos de las tradiciones mesopotámicas, egipcias y helenísticas en un marco coherente, racional y práctico, dándole una base teórica que lo convirtió en un pilar de la astrología clásica. Su influencia perduró a través de la Edad Media y el Renacimiento, siendo una referencia clave para astrólogos hasta la era moderna.
En el Tetrabiblos, Ptolomeo nos habla de un zodíaco tropical e inmutable desligándolo de un zodíaco sideral que tiene presente la precesión de los equinoccios. Esto queda contemplado en el Libro I, donde establece los fundamentos del sistema astrológico que hoy aplicamos en astrología, especialmente la que se practica en Occidente.
Ptolomeo describe el zodíaco como una banda circular en la esfera celeste, inclinada respecto al ecuador, que contiene las órbitas aparentes del Sol, la Luna y los planetas (Libro I, cap. 4). Esta banda, conocida como la eclíptica, está dividida en doce partes iguales de 30 grados cada una, que son los signos zodiacales. Para Ptolomeo, el zodíaco no se basa en las constelaciones zodiacales o reales (zodíaco sideral), sino en un sistema tropical, alineado con las estaciones del año en el hemisferio norte.
Una de las innovaciones clave de Ptolomeo es fundamentar el zodíaco en los puntos cardinales de las estaciones, determinados por los equinoccios y solsticios (Libro I, cap. 10-11). Aries comienza en el equinoccio de primavera (alrededor del 21 de marzo), cuando el Sol cruza el ecuador celeste hacia el norte; Cáncer inicia en el solsticio de verano (alrededor del 21 de junio), el punto de máxima declinación norte del Sol; Libra empieza en el equinoccio de otoño (alrededor del 23 de septiembre), cuando el Sol cruza de nuevo el ecuador hacia el sur; y Capricornio marca el solsticio de invierno (alrededor del 21 de diciembre), el punto de máxima declinación sur del Sol.
Estos cuatro signos cardinales son los pilares del zodíaco tropical, y los demás signos se distribuyen equidistantemente entre ellos. Ptolomeo enfatiza que esta división refleja los cambios climáticos y naturales observables, como el aumento del calor en primavera o el frío en invierno, más que las posiciones fijas de las constelaciones.
Además, el erudito astrólogo-astrónomo alejandrino justifica la división del zodíaco en doce signos (Libro I, cap. 4) como una convención práctica y natural: establece que el doce es un número divisible por 2, 3, 4 y 6, lo que permite relaciones geométricas (aspectos) como la oposición (180°), el trígono (120°), el cuadrado (90°) y el sextil (60°).
Establece que los doce signos corresponden aproximadamente a los doce meses lunares del año, alineándose con el movimiento del Sol a través de la eclíptica (unos 30 días por signo). Aunque no lo dice explícitamente, esta división tiene antecedentes en la astrología babilónica, que Ptolomeo adapta al marco helenístico.
Asigna al zodíaco una base física vinculada a los cuatro elementos y sus cualidades aristotélicas (Libro I, cap. 5-6): fuego (caliente y seco), que corresponde a los signos de Aries, Leo y Sagitario; tierra (frío y seco), que corresponde a los signos de Tauro, Virgo y Capricornio; aire (caliente y húmedo), que corresponde a los signos de Géminis, Libra y Acuario; agua (frío y húmedo), que corresponde a los signos de Cáncer, Escorpio y Piscis. Estas cualidades derivan de la posición estacional de los signos y su interacción con el clima. Por ejemplo, los signos primaverales (Aries, Tauro, Géminis) son más húmedos y cálidos, mientras que los invernales (Capricornio, Acuario, Piscis) son fríos.
El zodíaco, para Ptolomeo, no tiene sentido sin su interacción con los planetas. Cada signo está "regido" por un planeta cuya naturaleza complementa la del signo (Libro I, cap. 17). Por ejemplo, Marte rige Aries por su calor y agresividad, y Venus rige Tauro por su suavidad y fertilidad. Esta relación es la base para interpretar las influencias astrológicas, ya que los planetas "activan" las cualidades de los signos al transitarlos.
El sabio Ptolomeo ve el zodíaco como un marco de referencia, no como un ente con poder propio. En el Libro I, cap. 2, explica que los cuerpos celestes (Sol, Luna, planetas) son los agentes activos, mientras que el zodíaco es una herramienta para medir sus posiciones y efectos en la Tierra. Los signos actúan como "filtros" que modulan las influencias planetarias según sus cualidades y posiciones relativas (aspectos).
Aunque Ptolomeo conocía las constelaciones zodiacales, ya que fueron descritas en su libro de astronomía el Almagesto, siendo consciente de la existencia de la precesión de los equinoccios, no quiso ajustar astrológicamente los cambios derivados de la atracción de la Luna y el Sol sobre el eje de rotación de la Tierra, que provoca el lento pero progresivo cambio de las doce constelaciones zodiacales. Es decir, en el Tetrabiblos opta por el zodíaco tropical, ignorando la precesión de los equinoccios (el desplazamiento gradual de las constelaciones respecto a los puntos estacionales). Esto lo diferencia de astrólogos como el irlandés, Cyril Fagan, quienes siglos después abogaron por el zodíaco sideral. Para Ptolomeo, las estaciones eran más relevantes que las estrellas fijas para la vida terrestre.
En terminos generales, Claudio Ptolomeo, en su Tetrabiblos, estableció un zodíaco tropical con un sentido práctico y funcional, enfocándolo como una herramienta para medir cómo los planetas influyen en la Tierra a través de las estaciones, en lugar de basarse en las constelaciones fijas del zodíaco sideral. Para él, el zodíaco no es un conjunto de estrellas con poder propio, sino un círculo imaginario dividido en doce partes iguales de 30 grados, anclado en los equinoccios y solsticios: Aries empieza con la primavera, Cáncer con el verano, Libra con el otoño y Capricornio con el invierno. Esto lo hacía más útil para conectar los cambios celestes con los ciclos naturales que afectan la vida cotidiana, como el clima o la agricultura, que dependen del Sol y las estaciones, no de las posiciones exactas de las constelaciones, que se desplazan lentamente por la precesión. Ptolomeo asignó a cada signo cualidades físicas —calor, frío, humedad, sequedad— y elementos —fuego, tierra, aire, agua—, según su lugar en el año, y los vinculó a planetas que "actúan" a través de ellos, como Marte con Aries o Venus con Tauro. Así, el zodíaco tropical le permitía interpretar los efectos de los astros de manera directa y observable, dándole un enfoque más terrenal y práctico frente al sideral, que él conocía pero descartó por ser menos relevante para los fenómenos estacionales y humanos que quería explicar.
Ya hemos visto los fundamentos —para quienes no los conocían— del porqué la astrología que practicamos en Occidente utiliza un zodíaco fijo con doce signos, cada uno de 30 grados, y no tiene en cuenta la precesión de los equinoccios para ajustar el inexorable desplazamiento de las constelaciones zodiacales. Bajo mi punto de vista, esto constituye un craso error. Si aceptáramos como base el zodíaco sideral, no afectaría en lo más mínimo las características zodiacales de cada uno de los signos, sus triplicidades, cuadruplicidades, etc. Las fechas de las estaciones seguirían siendo las mismas, ya que estas, evidentemente, no se verían afectadas: la primavera en el hemisferio norte se produciría alrededor del 20 de marzo y el verano sobre el 21 de junio; la única diferencia sería que los signos ya no estarían alineados con las estaciones, como en el sistema tropical de Ptolomeo, sino con las doce constelaciones zodiacales que vemos en el cielo. Esto permitiría una conexión más precisa con las posiciones astronómicas actuales, sin alterar las cualidades esenciales que atribuimos a Aries, Tauro o cualquier otro signo, ya que estas características no dependen de las estaciones, sino de una tradición simbólica que podría adaptarse perfectamente al marco sideral. Adoptar este enfoque corregiría la desconexión entre el zodíaco tropical que actualmente utilizamos como referente y la realidad celeste observable, dándole a la astrología una base más fiel a los movimientos del cosmos, pues el universo está en continuo cambio, en continuo movimiento, en ciclos naturales que se renuevan por la propia dinámica física del mismo.
Lo paradójico es que, a nivel práctico, apliquemos teorías astrológicas basadas en la posición de los planetas dentro de un zodíaco tropical —un sistema inmóvil y técnicamente rígido que no considera la posición real ni el cambio progresivo de las constelaciones zodiacales— y, al mismo tiempo, argumentemos los efectos astrológicos de los cambios de eras debido a la precesión de los equinoccios, como cuando afirmamos que estamos entrando en la Era de Acuario o buscamos soporte teórico en hechos históricos que supuestamente reflejan las eras astrológicas pasadas. Por un lado, el zodíaco tropical, que Ptolomeo consolidó en el siglo II, fija Aries en el equinoccio de primavera (21 de marzo) y divide el cielo en doce segmentos idénticos de 30 grados, ignorando que, debido a la precesión, las constelaciones ya no coinciden con esos signos: hoy, cuando el Sol entra en Aries, en realidad está en Piscis según las estrellas visibles. Esto significa que interpretamos la posición de un planeta en un signo zodiacal que no refleja la realidad celeste actual, lo que afecta de manera errónea las características interpretativas. Cuando analizamos el gráfico natal de una persona que, en el zodíaco tropical, tiene al Sol, la Luna y el Ascendente en el signo de Tauro, pero que en realidad se encuentran localizados en la constelación zodiacal de Aries, las características interpretativas astrológicas personales de esa persona cambian radicalmente, como es evidente. Por lo tanto, se está dando una mala interpretación o un análisis astrológico desacertado.
Sin embargo, por otro lado, aceptamos la precesión para hablar de eras astrológicas, que duran aproximadamente 2.150 años cada una, y decimos que el paso de la Era de Piscis a la de Acuario —marcado por el desplazamiento del punto vernal hacia la constelación de Acuario— trae cambios globales, como revoluciones tecnológicas o mayor cooperación colectiva entre estados. En la Era de Piscis (0-2000 d.C.) tuvo lugar el auge del cristianismo, con sus símbolos de sacrificio y fe; o en la Era de Aries (2000-0 a.C.), destacaron culturas guerreras como los imperios mesopotámicos y sus dioses marciales. Ejemplos históricos, como el florecimiento del arte y la filosofía en la Era de Tauro (4000-2000 a.C.), con el culto al toro en Creta o Egipto, respaldan sin miedo a equivocarnos todos estos planteamientos basados en hechos históricos y astronómicos contrastados. Esta contradicción es evidente: usamos un zodíaco estático para predicciones cotidianas, pero uno dinámico para narrativas cósmicas cuando se basan en centurias y milenios, lo que plantea una incoherencia argumental con pocos fundamentos sólidos.
¿No veis que no es coherente defender los postulados prácticos que realizamos, basados en los textos astrológicos clásicos recopilados del pasado que dan sustento a la astrología occidental, donde, por una parte, justificamos las teorías representativas del zodíaco tropical, desechando la no descabellada idea de un zodíaco sideral, pero, en cambio, cuando hablamos de cómputos de tiempo mayores, como las eras astrológicas, sí aceptamos la precesión de los equinoccios y, por ende, el consentimiento implícito de un zodíaco sideral, que es aceptar en la práctica las constelaciones zodiacales y, por consiguiente, un zodíaco móvil y sideral?.
Lo que es obvio es que la astrología occidental sigue anclada en el zodíaco tropical de Ptolomeo, dejándonos ante una paradoja inquietante: mientras usamos un sistema fijo de coordenadas que ignora el desplazamiento real de las constelaciones, abrazamos la precesión de los equinoccios para narrar el devenir de las diferentes eras astrológicas, celebrando la llegada de Acuario o evocando la conexión histórica del cristianismo con la Era de Piscis. Esta dualidad revela una contradicción profunda: en la práctica diaria, nos aferramos a un zodíaco estático, desconectado de las constelaciones zodiacales, mientras la visión a gran escala reconoce un universo en movimiento. Quizá sea hora de preguntarnos si la verdadera esencia de la astrología no reside en conectar y adaptarnos a los cambios celestes, reconciliando el zodíaco con las estrellas que, al fin y al cabo, seguimos analizando.